Porqué Tetuán vale más de un día.
Para muchos viajeros Tetuán es el tránsito a Chef Chauen y la visitan sólo de paso. Para nosotros, enamorados de este enclave mágico, Tetuán vale más de un día, y lo vale por muchas razones.
Las dos primeras, a simple vista, son la belleza arquitectónica de la medina y de la avenida Mohamed V. Pero tras esa apariencia, hay mucho más por descubrir y vivir. Es la ciudad invisible, su vida cotidiana que nos invita a disfrutarla a ritmo tetuaní, un ritmo jovial, ajetreado y a la vez relajado, que nos muestra que Tetuán es también la ciudad de las sensaciones y de la placidez en el devenir de lo cotidiano.
“Viajar a Tetuán es viajar en el tiempo, es vivir cada uno de los pasados que forman parte de su presente.” Aquí la historia toma forma y habla a través de la arquitectura y las costumbres, contándonos que hubo un pasado andalusí que le confiere una riqueza legendaria que se escucha, se paladea, se ve, se habita y se vive. También nos habla del influjo otomano, el cual le otorga el hechizo de las mil y una noches; y de la presencia de un moderno occidente que hoy ya es histórico y que dejó una ciudad con refinadas muestras de los estilos arquitectónicos de la primera mitad del siglo XX.
También es la sorpresa de la contemporaneidad y el placer por el arte, la música, la artesanía y la cultura en general, porque Tetuán es epicentro artesano y artístico en continuo desarrollo, con un interesante y joven movimiento cultural.
Además Tetuán es:
- La vida en la calle principal del Ensanche en esa hora mágica en el que el día ya ha dado paso a la noche,
- La medina iluminada cálidamente en su nocturno silencio.
- La tentación de los mercados de calles y zocos saboreando y fotografiando colores, texturas, olores.
- El olor a baisara, a tajin y pescado frito.
- La vista del abrupto Gorgues desde una azotea embelesado por la llamada a la oración.
- La detención en el tiempo de una memoria que pervive en interiores de cafetines y edificios del Ensanche, provocando a la imaginación a inventar historias de película y novela propias de un siglo XX ya en blanco y negro.
- Los infinitos, atractivos y originales detalles ornamentales de los edificios del Ensanche, jugando a adivinar estilos arquitectónicos.
- Las largas y pausadas horas de té y parchís de rabiosos e imparables cubiletes.
- La poderosa atracción de los colores que inundan la atención: el colorido del zoco, del sombrero yebalí, de las sedas y babuchas, de la artesanía tetuaní, del azulejo andalusí y de la rocalla otomana. Y como color aglutinador, Tetuán es verde musulmán en alma y apariencia.
- Acabar perdido en los adarves sin salida de la medina, donde desaparecen las coordenadas tiempo-espacio; adarves impertérritos, ajenos al mundo, silenciosos, con pequeñas puertas misteriosas que hablan sin querer desvelar su origen.
- El sonido del hilado de la seda y los colores brillantes de los carretes, almacenados por colores y tonos.
- La sorpresa de saltar de un mundo a otro solamente con cruzar las puertas entre la medina y el Ensanche.
- Los dulces en los puestos callejeros, cuyo dulzor compartes con las abejas, y claro, sin moscas, porque donde hay abejas no hay moscas, y donde hay gatos no hay ratas, y en Tetuán, gatos y abejas son sempiternos habitantes que deambulan y descansan conscientes de su protagonismo.
- Y por supuesto, la sonrisa y cordialidad de los tetuanís, que hacen que tu paseo sea acogedor y tranquilo. Y siempre el mismo busca vidas que pasea con su hijo de la mano y pretende ser tu guía por la medina.
Esto y mucho más, es lo que te vas a encontrar en Tetuán. Por eso merece la pena quedarse más de un día.

En el ambiente denso de oscuros cafetines
los hombres van dejando que pase la mañana
entre un hastío estéril y una dulce desgana.
Ricardo J. Barceló. (Medina de los sueños).
Óleo de Mariano Bertuchi.
Comentarios recientes